— ¿Y que se supone que somos?—.
La voz fría de Magda lo alarmó y confundió a la vez, ¿qué eran?, nunca lo había pensado.
— ¿La verdad?, no tengo la más puta idea—. Respondió.
Ella lo miró detenidamente.
— Mientras seas feliz—. le sonrió antes de seguir pintándose las uñas de los pies.
‘¿Soy feliz?’ Se preguntó Noah a sí mismo. No, no era feliz en absoluto, incluso se había olvidado lo que era sentirse feliz. La sensación de estar lleno y cómodo en cualquier momento y lugar lo había abandonado cuando Mía desapareció de su vida.
Magda saltó de la cama cuando terminó con lo que estaba haciendo y esto lo hizo salir de sus pensamientos.
— Vos no estás bien—. Le dijo más como una afirmación que como una pregunta, lo miró unos segundos y se le iluminó el rostro. — ¡Ya sé que necesitas!—, gritó antes de salir corriendo al baño-
— ¿Tenés a Mía metida en el baño?— preguntó en vos baja para que no lo escuchara.
Noah se quedó esperando a que Magda saliera del baño. Su cabeza, como era usual en esos días, divagaba por los recuerdos que tenía con Mía. Desde que se entero que ella sentía lo mismo que el, a su primer beso, hasta cuando estuvo con Magda, y ella, por venganza, con Simón. Pero, seguía sin entender como su ‘hermano’, su amigo de toda la vida le había hecho eso.
Magda salió del baño envuelta en una bata color azul marino, y con un ‘Ups’ la dejó caer, pero lo que Noah vio, no le gusto nada. Magda se había puesto un conjunto de lencería negro azabache. Mía tenía uno igual. Lo había usado en su primera vez con él.
Esa fue la gota que rebalsó el vaso, la cereza del postre.
Noah agarró su ropa, se vistió y salió tan rápido como pudo de la habitación y de la casa. Sacó su celular del bolsillo y marcó mientras paraba un taxi; le dio la dirección y arrancó. En su celular hoyó el contestador automático y maldijo, pero no corto.
— Mía, necesito hablar con vos, estoy yendo para allá—.
Cuando llegaron, pagó y se bajó del auto; caminó hasta la puerta, pero cuando iba a tocar el timbre, una voz lo interrumpió, dejando a Noah helado por la frialdad con la que sonó.
— ¿Qué haces acá?—, preguntó la voz tan familiar, Noah se dio vuelta, era Mía. — ¿Qué necesitas?
— A vos Mía; te necesito a vos. Estoy arto de tener que borrar memorias nuestras, de salir corriendo, esté donde esté, porque te extraño; estoy arto de que todo me haga acordar a vos—.
— Perdón, pero no puedo—. Dijo tratando de avanzar pero Noah no se movió. — Ahora correte del medio que quiero entrar a mi casa Noah Madero —. Casi gritó cuando pronunció su nombre.
Noah se corrió de y Mía entró al departamento, dejando a un Noah catatónico en la vereda.
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