Hacía dos horas que Mía se había quedado dormida y Noah la había llevado hasta el auto, afuera ahora se podía ver el amanecer, y el rocío mojaba las ventanillas.
‘¿Otra vez lo mismo Mía, cuándo vas a parar?’ le preguntó mientras le acariciaba la cabeza. Mía dio media vuelta inquieta, lo que hizo que Noah se sobresaltara, pero ella no se había despertado.
Noah no podía dejar de pensar en ella, y en las miles de cosas que habían pasado juntos. Y a pesar de que eran una pareja, disfuncional, pero pareja al fin, desde hacia menso de un año, se conocían desde que se comían los mocos prácticamente, hasta el día de hoy, que tenían 16 años. Toda una vida era, pero lo más importante, era toda una vida con ella. Y la verdad era que no se arrepentía de un solo segundo a su lado. Cada discusión, cada grito, cada beso, cada mirada, cada caricia, todo valía la pena. Mía hacía que todo eso valiera la pena. Nunca lo había pensado, pero Mía le daba un gran sentido a su vida. Sintió una lágrima en su mejilla y la borró rápidamente. No le gustaba llorar, era una persona extremadamente orgullosa, pero solo con los demás. Noah era una persona cerrada, que en vez de decir lo que sentía, se lo guardaba para él, pero llegaba un punto en que explotaba, en el que no le importaba nada más y se quebraba. Y ese, era uno d esos momentos. Y cuando se quiso acordar, las lágrimas eran incontrolables.
Abrazó a Mía desde el asiento del conductor y besó su cabeza, y entre lágrimas y sollozos, le dijo ‘te amo’.
La había perdido, o al menos creía eso. La había dejado ir cuando más la necesitaba, pero lo que el todavía no sabía, era que era al revés, era ella la que más lo necesitaba a él en ese momento.
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